El pichi. Eduardo Blaustein


Siesta otoñal y soleada cuando salí de casa. Nublada cuando llegué a la costanera santafesina y no aguanté demasiado y la lectura se trasladó al calorcito del calefactor, un rato nomás; en esta casa ya no se puede ahorrar más.

Eduardo Blaustein es un tipo que me cae bárbaro. Leí varios libros suyos y sigo sus posteos en Facebook. Me cae muy bien, muchas veces me hace reír ese humor que me lleva al borde de la lágrima. El pichi no se quedó atrás, aunque se trató, como dijo acá Juan Sasturain, de una "notable novela incómoda". Las incomodidades de Sasturain poco tendrán que ver con las mías, cuestión de edades en un principio. Pero no evita que, como tantas otras veces, me pregunte: ¿y si hubiese tenido 15 o 16 años en los '70? Y cada vez, una de las muchas partes de la que estoy hecha, responde algo diferente. Cosas que pasan.

En fin. Una historia y un personaje entrañable, con un humor que muchas veces me hizo llorar.














Eduardo Blaustein. El pichi o la revolución de los frágiles. Marea Editorial, 2016.

Resumen de la editorial
A las once de la noche del definitivo invierno argentino los hijos de la edad de Pablo dejaban sus casas, si es que aún dormían en ellas, para ir a pintar una pared, poner una caja volantera, relevar una comisaría. Esta casa no es una pensión, gritaban o imploraban padres impotentes.
Hay mucho escrito sobre los años 70 –literatura, ensayo, teatro, periodismo– pero bastante poco sobre los modos en que se construyeron las sensibilidades y subjetividades de la época. Infancias en dictadura, la calle, el barrio, el rock, la escuela, el entorno familiar, las primeras lecturas, el mandato de establecer justicia en el mundo. Absolutamente alejada de la épica y el panfleto, con un humor que tiene algo de desesperado, Eduardo Blaustein escribe la gran novela de su generación. La posible biografía de quienes integraron el último pelotón de los setentistas, los “soldados” más tiernos, acaso los más frágiles: los pichis. Pablo es un adolescente, estudiante secundario del Colegio Nacional de Buenos Aires, atrapado por los vendavales de una época de intensidades y compromisos extremos, aspirante inercial o perplejo a convertirse en bravo soldado montonero. Empujado por las dudas, el miedo, el instinto de supervivencia, recala en Barcelona para vivir un exilio precoz y lacerante, al que decide poner fin con un afiebrado retorno al país, al No Matarás, al crimen político.
¿Y las violencias que se van cargando? ¿De dónde llega eso que germina en los cerebros tiernos? ¿De qué operaciones mentales, noticias, murmuraciones, emociones? Se veía venir –neuronas con corazones trabajando–, la muerte se miró con la ideología y antes con la religión y cómo está usted, encantado. Mezcla rara.



0 comentarios: