Termino el año como lo
empecé, leyendo a
Saer, objeto de varias relecturas en este tiempo.
Hay en este libro una recopilación de entrevistas hecha por Martín Prieto, que fueron realizadas entre 1966 y las semanas previas a su muerte en 2005.
Me encontré con, al menos, dos tipos de sensaciones en esta lectura. Una primera, de ajenidad en algunas de las entrevistas: allí se habla de teorías literarias que a mí no me dicen nada, pero que al mundo de los escritores, evidentemente sí. Me pregunté, entonces, si no seré una "lectora ingenua", esa tipología que el propio Saer señala en uno de los párrafos que comparto más abajo. Bueno, sí, ¿y qué?
Luego encontré otras entrevistas que me resultaron más cercanas: las que hablan de mi ciudad, de la vida y las lecturas de un tipo que pisó estas calles, y ahí está otra vez Saer diciendo: "
¿cómo podríamos leer a un escritor que nos guste si no nos encontráramos a nosotros mismos?"
Algunas de las entrevistas que más me gustaron estuvieron hechas por otros escritores que, claro, forman parte de mi vida, por ejemplo
Alan Pauls y el queridísimo
Mempo.
Después están las opiniones políticas de Saer, en las que no coincido mucho, sobre todo en su antipopulismo rabioso. Pero sin embargo, tiene mucha lucidez en otras, por ejemplo en el tema de crímenes de lesa humanidad. Igual, yo banco al Saer escritor, y punto.
Juan José Saer. Una forma más real que la del mundo. Conversaciones compiladas por Martín Prieto. Mansalva, 2016
Resumen de la editorial:
La publicación, a principios de los años 90, casi en
continuado, de El río sin orillas, Lo imborrable yLa pesquisa y
la reedición, a partir de entonces, de toda su obra –que ya sumaba una extensa
decena de títulos– en una de las mayores editoriales de la Argentina promovió
una inusitada presencia de Juan José Saer en los medios gráficos: anticipos de
sus nuevos libros, anticipos de los viejos libros agotados o descatalogados,
reseñas y entrevistas. Muchísimas entrevistas. El adorniano Saer, aquel que
parecía haber hecho propia la figura de Witold Gombrowicz –“el escritor no es
nada, nadie”– se somete, en Una forma más real que la del mundo, a las
exigencias de la industria cultural.
Los entrevistadores quieren saber. Y puestos a saber, quieren saber todo. Desde
el argumento de Nadie nada nunca hasta si Saer “se considera un
hombre feliz”. Sin embargo, toda la parafernalia de la intimidad del autor
queda resguardada detrás de una potente figura que va siempre detrás de su
obra. Y lo personal, lo íntimo, queda reducido a lo que los cronistas “ven”
antes de que empiece la conversación. Si está descalzo. Si tiene puestas
unas sandalias franciscanas. Si los zapatos parecen viejos. Si la camisa está
entreabierta. Si tiene puesta la misma ropa que “ayer”. Si toma whisky. Si toma
agua. Si fuma mucho. Si está en su casa, en París. O en la casa de unos amigos
(en Buenos Aires, o en Colastiné). O en un bar. O en un hotel. O en un auto.
Inmediatamente después de esa impresión de superficie, que es todo lo que Saer
“deja ver” a sus interlocutores de ese otro que también es él, se pone a
hablar.
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